Viaje Ornitológico a CALIFORNIA

20 de noviembre a 9 de diciembre de 2012

Participantes: Daniel Cazo, Antonio Ceballos, Javier Traín y Miguel Rouco

 

(Texto por Miguel Rouco)

(Fotos por Miguel Rouco, salvo que se especifique diferente autor)

 

 

CRÓNICA PRIMERA PARTE: CALIFORNIA SUR

 

Playero inca o Wandering Tattler (Tringa incana). San Diego, 26/11/12

 

19 noviembre:

Tras volar desde Madrid y cambiar de avión en Philadelphia llegamos por fin al aeropuerto de San Francisco los tres expedicionarios, Daniel Cazo, Javier Traín y Miguel Rouco. Allí alquilamos un todoterreno Chevrolet de buena cilindrada que nos acompañaría el resto del viaje. En él nos desplazamos, inmediatamente después, hasta la población de Half Moon Bay, a tan solo 30 minutos de distancia, y pernoctamos en el hotel Coastside Inn (37.465574, -122.434200), que habíamos reservado previamente.

En cuanto pudimos acceder al correo electrónico, una vez acomodados, nos sorprendió una mala noticia: la excursión pelágica que habíamos contratado para el día siguiente desde el puerto de esta localidad había sido cancelada debido a al mal tiempo, perdiendo así una excelente oportunidad para observar las aves marinas del lugar, y produciéndose por lo tanto, entre nosotros, un cierto desconsuelo. No obstante, algunas de estas especies, como en su momento veremos, las recuperaríamos más adelante.

 

20 noviembre:

La cancelación de la excursión nos obligó a improvisar un plan alternativo para este día, y al final decidimos visitar las cercanas marismas de Palo Alto,  donde pasaríamos la primera jornada de pajareo.

Nos dirigimos inicialmente al centro de interpretación de la Lucy Evans Bayland (37.459624 -122.106289), ocupando una buena parte de la mañana en prospectar las lagunas y marisma adyacentes al mismo. Aquí vimos las primeras aves acuáticas. Abundaban las anátidas, como barnaclas canadienses (Branta canadensis), azulones (Anas platyrhynchos), ánades frisos (Anas strepera), silbones (Anas americana), cercetas americanas (Anas carolinensis), cucharas (Anas platyrhynchos), malvasías canelas (Oxyura jamaicensis) y porrones Coacoxtle (Aythya valisineria), y había una buena cantidad de limícolas, como cigüeñuelas (Himantopus mexicanus), avocetas (Recurvirostra americana), archibebes patigualdos grandes (Tringa melanoleuca), playeros aliblancos (Tringa semipalmata), agujas canelas (Limosa fedoa), correlimos menudillos (Calidris minutilla), agujetas de las dos especies (Limnodromus scolopaceus & L. griseus) y otros menos numerosos.  También resultaban llamativas las gaviotas de Bonaparte (Chroicocephalus philadelphia), abundantes aquí pero escasas durante el resto del viaje, y las gaviotas de Delaware (Larus delawarensis), así como los achichiliques comunes (Aechmophorus occidentalis), zampullines picogruesos (Podilymbus podiceps) y las fochas (Fulica americana). Desde la plataforma de observación situada en el extremo costero de la marisma vimos un ejemplar del menos común achichilique de Clark (Aechmophorus clarkii) en el mar, y un halcón peregrino (Falco peregrinus) acosando a un juvenil de gaviota de Bonaparte que parecía nadar debilitado.

Una de las primeras cosas que nos sorprendió fue lo confiadas que eran aquí las aves, ya que toleraban distancias de acercamiento inimaginables en Europa. En principio lo achacamos al hecho de encontrarnos en un ambiente muy densamente poblado, pero luego comprobaríamos que no era esa la razón, ya que en otros lugares más remotos seguían mostrando el mismo comportamiento.

Absortos en esa meditación, nos montamos de nuevo en el auto para alcanzar otra zona húmeda adyacente a la anterior, pero de enrevesado acceso, el Shoreline Lake (37.431762, -122.085571), un lago extenso pero más humanizado, que forma parte de un parque urbano por el que se transita mediante un camino llamado Shoreline Trail. Este camino alcanza, más adelante, otras áreas anegadas en las que habitan excelentes poblaciones de aves.

En el lago destacaron nuestras primeras observaciones de los porrones osculado y albeola (Bucephala clangula y B. albeola), y también un joven de negrón careto (Melanitta perspicillata), especies que resultarían bastante comunes durante el resto del viaje, aunque esta última la veríamos únicamente en el mar salvo en esta ocasión. Por el camino (Shoreline Trail) localizamos un azor rojizo (Accipiter striatus) posado en un árbol, y también un faisán (Phasianus colchicus) y varias ardeidas –garza azulada (Ardea herodias), garceta grande (Casmerodius albus) y garceta nívea (Egretta thula)-, y en las zonas encharcadas del final abundaban los pelícanos pardos (Pelecanus occidentalis).

Debo decir que de camino al lago habíamos hecho una parada previa, justo en la sede central de Google, que nos apetecía visitar por diversos motivos, y aprovechamos la visita para registrar en sus jardines algunas de las aves más comunes de la zona, como el chipe coronado (Setophaga coronata), el rascador de California (Melozone crissalis), el robín americano (Turdus migratorius) y el azulillo de garganta azul (Sialia mexicana).

A todo esto, el hambre acuciaba, pero quedaba aún mucho trabajo por hacer y tuvimos que engañarla con una comida frugal. Después acudimos al Terminal Boulevard (37.43361, -122.099733), desde donde se extiende un extensísimo lodazal que cuenta con un interesante itinerario para recorrerlo caminando, salpicado con varios puntos y plataformas de observación. La densidad de limícolas era aquí exagerada. Tal vez hubiéramos necesitado el día entero para examinarlos a todos rigurosamente, así que nos tuvimos que conformar con un análisis más bien superficial y fotografiar a los más cercanos. Por citar alguna especie nueva, chorlitos grises (Pluvialis squatarola), chorlitejos culirrojos (Charadrius vociferus), zarapitos trinador y americano (Numenius phaeopus y N. americanus), correlimos comunes (Calidris alpina)..., pero lo que más había era agujas, agujetas, avocetas y Tringas. En otra zona del itinerario tuvimos muy cerca un llamativo bando de gaviotas, entre las que detectamos gaviota californiana (Larus californicus), occidental (Larus occidentalis), argéntea (Larus smithsonianus) y de Bering (Larus glaucescens).

 

Avoceta americana, en barrizales del Terminal Bv. Marca de posición de Google Earth, en cercanías de las oficinas de Google Juvenil de negrón careto, en Shoreline Lake.

 

Ya con la tarde muy avanzada volvimos a Half Moon Bay, no sin antes parar en la Moss Beach (37.524067, -122.516357). En los promontorios rocosos que dan a esta playa intentamos prospectar el mar, pero fue entonces cuando comprobamos en nuestras propias carnes la razón de que la excursión marina se hubiera suspendido. Las olas eran, en efecto, violentas y el viento azotaba con fuerza en la cara, haciendo que la observación se volviera verdaderamente difícil.

Acabamos la jornada en el puerto de Half Moon Bay, que recibe el nombre de Pillar Point (37.503753, -122.482373). Aquí, más resguardados del viento, vimos un colimbo chico (Gavia stellata) y varias especies de limícolas y anátidas, pero como la luz estaba ya en las últimas acordamos retirarnos a descansar y volver a la mañana siguiente, para revisarlo un poco mejor antes de partir hacia el sur. Regresamos a dormir al Coastside Inn, el mismo hotel que la noche anterior.

 

21 noviembre:

Nos levantamos pronto para prospectar Pillar Point, esta vez con el tiempo mucho más calmado. En el agua, además del colimbo chico del día anterior, vimos un buen bando de negrones caretos, abundantes achichiliques comunes, una gaviota de Bonaparte y otra cana (Larus canus);  de estas últimas solitaria la primera y mezclada la segunda con las mucho más abundantes gaviotas occidentales y argénteas.  En las orillas, un buen bando de limícolas zancudos combinados con correlimos tridáctilos (Calidris alba) se agolpaban en una minúscula playuela a un lado del puerto.

Mientras caminábamos por una pasarela de madera, que se adentra unos metros en el mar dando acceso a una plataforma para pescadores, salió volando nuestro primer ostrero negro norteamericano (Haematopus bachmani) y poco después, posados sobre unas piedras, reconocimos los primeros vuelvepiedras oscuros (Arenaria melanocephala) del viaje. Ambas especies se encontraban entre las que más nos apetecía ver en esta zona geográfica. También fue este el momento de tomar contacto con algunas aves comunes, como el carpodaco común (Haemorhous mexicanus), el turpial ojiclaro (Euphagus cyanocephalus) o la gaviota mexicana (Larus heermanni).

Como nos faltaban por ver todavía algunas igualmente comunes pero forestales, dejamos Pillar Point y acudimos a un bosque de sequoias próximo, donde avistamos víreo pardillo (Vireo huttoni), reyezuelo de moño rojo (Regulus calendula), chara californiana (Aphelocoma californica), chipe negro y amarillo (Setophaga townsendi), junco pizarroso (Junco hyemalis), agateador americano (Certhia americana) y carbonero dorsicastaño (Poecile rufescens), entre otras.

Después pusimos rumbo sur con la intención de llegar al final del día a San Luis Obispo, a más de 300 kilómetros de distancia, pero visitando también una famosa zona húmeda a mitad de camino, cerca de Monterey, las marismas de Moss Landing.

Antes de llegar a esta zona hicimos una parada en un escarpe rocoso costero que nos pareció adecuado (37.26050, -122.41300) y tuvimos la suerte de observar un bando de correlimos de rompientes (Aphriza virgata), especie que no volveríamos a ver hasta la segunda parte del viaje.

Más tarde llegamos al área de Moss Landing. Justo al lado del desvío por el que se accede a la playa del mismo nombre (36.816941, -121.786029) hay unas lagunas que albergan una importante avifauna compuesta sobre todo por limícolas y anátidas. Allí observamos una gran densidad de agujas café, agujetas, chorlitos grises, zarapitos  trinadores y americanos y correlimos de varias especies, además de porrones bola (Aythya affinis) y diversos patos nadadores. Más adelante, ya en la costa queda una pequeña bahía delimitada por una barra de tierra (36.813054, -121.789551), que es parte de un estuario más amplio; en su interior se observan focas y nutrias marinas, así como un nutrido grupo de cormoranes sargento (Phalacrocorax penicillatus) y otras aves que buscan refugio en ella. En este lugar vimos, como más destacable, nuestro primer colimbo del Pacífico (Gavia pacifica) y un buen bando femenino de porrones bastardos (Aythya marila), así como algunas serretas medianas (Mergus serrator).

Continuando por la Cabrillo Highway –la carretera que recorre California de norte a sur por la costa-, a tan sólo 500 metros hacia el sur se accede, a la izquierda, a un aparcamiento (36.812858, -121.783314) que da entrada a otra parte de la marisma. Aquí, además de algunos colimbos grandes (Gavia immer), fue digno de mención el hallazgo de un gran bando de correlimos de Alaska (Calidris mauri) que volaban nerviosos de un lado a otro de la orilla presagiando el final de la tarde.

Llegamos a San Luis Obispo ya bien metida la noche y nos alojamos en un Motel 6 (35.247783, -120.680702), bien situado para alcanzar la Morro Bay, que visitaríamos al día siguiente.

 

Babosa, en bosque de sequoias, cerca de Half Moon Bay. Marismas de Elkhorn Slough. (foto Javier Traín) Nutrias marinas en la playa de Moss Landing

 

 

22 noviembre:

Día de Acción de Gracias, celebración que se tradujo en una importante presencia de turistas y paseantes en la zona que pretendíamos visitar.

Empezamos la travesía de Morro Bay por el sudeste, en el parque de Sweet Springs (35.320998, -120.838835), lugar muy agradable y accesible que cuenta con una plataforma de observación de aves y un interesante itinerario a través del bosque costero. Lo más llamativo, nada más llegar, fue la presencia de varios cientos de barnaclas carinegras (Branta bernicla) invernando en esa parte de la bahía. Las acompañaban otras especies de anátidas, como porrones bola, silbones, cucharas, cercetas aliazules (Anas  discors) y ánades rabudos (Anas acuta). Las orillas bullían de limícolas alimentándose, como agujetas, agujas, playeros, archibebes, zarapitos y correlimos de varias especies, que observamos con placidez durante un buen rato en la primera hora de la soleada mañana. Después empezamos a avanzar por el bosque, añadiendo algunas especies forestales a nuestra lista diaria, y en una pequeña charca semicomunicada con el mar apareció una serreta capuchona (Lophodytes cucullatus), la única de esta especie que vimos en la primera parte del viaje.

Algo más tarde nos desplazamos en coche hacia el este de la ensenada, para visitar el Elfin Forest (35.331772, -120.830920), “bosque canijo” traducido literalmente. Es esta una formación arbórea de porte bajo compuesta por árboles de escaso desarrollo pero muy densa disposición, en donde abundan aves de matorral como la camea (Chamaea fasciata) o la perlita común (Polioptila caerulea). Además, ocupa una colina desde cuyo punto más alto se obtiene una visión espectacular de toda la bahía. De hecho, este fue el lugar desde donde se obtuvo el record mundial de “Big Sit”, competición consistente en detectar el máximo número de aves posible en un día sin moverse de un punto concreto. Aquí aprovechamos para barrer toda el área con los telescopios y obtuvimos algunos interesantes aunque ciertamente lejanos registros. Entre ellos, pagaza piquirroja (Sterna caspia), charrán real (Sterna maxima), charrán de Forster (Sterna forsteri) y numerosos limícolas.

Desde ahí fuimos unos kilómetros al norte (35.346200, -120.842060), para recorrer el camino llamado “Marina trail”, que bordea  una amplia marisma. Sin embargo no tuvimos suerte con la marea, que sólo cuando está alta impulsa a algunas aves a alejarse del agua y hacerse más visibles. Aún así obtuvimos nuestro primer contacto con el mosquero llanero (Sayornis saya) y vimos un águila pescadora (Pandion haliaetus) y algunos limícolas pequeños.

 

Morro Bay, vista general Elfin Forest. Punto del Big Seat. Marina, Morro Bay.

 

Los dos siguientes puntos que visitamos, en el norte del estuario, fueron el Morro Creek (35.375817, -120.862122) -arroyo que desemboca en la playa- y la Morro Rock (35.367731, -120.8666069) -peña que domina la  entrada de la bahía en su extremo septentrional-. No puede decirse que fueran muy exitosos, considerando que la mañana estaba ya muy avanzada y calurosa, y la zona apestada de caminantes ociosos. Únicamente destacaríamos la observación de nuestro inaugural bisbita norteamericano (Anthus rubescens) en el primer sitio y el disfrute en el segundo de una pareja de halcones peregrinos que, asiduos ya por lo que parece a la mole rocosa, realizaban vuelos espectaculares y ágiles pasadas en el entorno de la misma.

Abandonamos Morro Bay al final de la mañana, rumbo sur, hasta llegar a un parque estatal costero y rocoso, de gran belleza, llamado Montaña de Oro, alcanzando sus oficinas principales (35.273901, -120.886594) alrededor de las 13 horas. Después nos apostamos sobre un espectacular acantilado marino cercano a ellas y, para contradecir el carácter tradicionalmente familiar de la celebración del día, nos comimos unos sabrosos bocadillos comprados en la anterior gasolinera que además aprovechamos para formar una nube de gaviotas hambrientas en torno a nosotros. Así fue como pudimos casi tocar algunos ejemplares de gaviota de Bering y examinar todos los plumajes posibles de gaviota occidental, mientras nos deleitábamos con la observación de varios grupos de cormoranes pelágicos (Phalacrocorax pelagicus) posados sobre los acantilados próximos.

 

Bandera de la república de California. Shell Beach, de camino a Montaña de Oro. Montaña de Oro.

 

El remate del día (hay que saber que aquí anochecía antes de las 17:30 h) elegimos que transcurriera en el cercano Lago del Oso Flaco (35.030418, -120.619969), una laguna interior de agua dulce con abundante vegetación acuática, refugio de algunas aves que veíamos por primera vez en el viaje, como la ratona de los estuarios (Cistothorus palustris), la cerceta colorada (Anas cyanoptera), el martinete (Nycticorax nycticorax) y el martín gigante norteamericano (Megaceryle alcyon). Pero lo que más nos atraía del lugar era la conocida y sin embargo misteriosa presencia del avetoro lentiginoso (Botaurus lentiginosus). En el momento más propicio del día para la observación de esta especie, justo al empezar a anochecer, planeamos disponernos estratégicamente a lo largo de la pasarela que cruza la laguna, de manera que, colocados a cierta distancia unos de otros, pudiéramos detectar cualquier pequeño movimiento dentro del cañizal, aumentando así la probabilidad de hallar al ave. Tal fue nuestra suerte, no obstante, que en realidad no necesitamos extendernos de esa forma, ya que mientras proyectábamos la operación un ave enorme y cuellilarga, enrojecida por los últimos rayos del sol, surgió de la densa vegetación de la orilla más próxima, sobrevoló nuestras cabezas sin ningún pudor y, describiendo una larga trayectoria semicircular, se perdió de nuevo en la marisma lejana. El avetoro puso fin y colofón al día, y regresamos al hotel (nuevamente el Motel 6 de San Luis Obispo) jubilosos por tan excepcional encuentro.

 

Avetoro lentiginoso en Oso Flaco Lake.

 

23 noviembre:

Hoy tocaba cambio de hábitat. Para descansar un poco de los lugares costeros nos adentraríamos unos kilómetros hacia el interior, explorando un ambiente más seco y escarpado, en la primera línea de la cordillera litoral que recorre el estado, que podríamos describir como el típico de las películas del oeste y que recibe el sugerente nombre de Condor Country.

Nos levantamos al mismo tiempo que el sol y nos pusimos en ruta por la carretera 166 hacia el este. Después de 70 km nos desviamos por un camino sin asfaltar (35.111580, -120.090973) que transcurre sobre la cresta de una montaña, el cual seguiríamos durante 25 km a ritmo lento y haciendo paradas de vez en cuando. Recorrer este trayecto nos mantendría ocupados la mayor parte del día.

La primera parada la hicimos nada más desviarnos, en una dehesa abierta de quercíneas. Aquí vimos los primeros carpinteros belloteros (Melanerpes formicivorus), trepador pechiblanco (Sitta carolinensis), dominiquito de dorso oscuro (Spinus psaltria) y colines de California (Callipepla californica). De estos últimos localizamos un bando que rápidamente voló al interior de un arbusto denso delante del cual nos apostamos un rato y, con cierta paciencia, conseguimos observar de cerca algún individuo que asomaba entre las hojas.

Después proseguimos la marcha. Conforme avanzábamos por el camino, la campiña se hacía más seca y, a partir de determinado punto los árboles fueron desapareciendo para dar paso a una vegetación de porte arbustivo esclerófilo.

 

Chaparral y terreno árido en Condor Country.

 

Realizábamos paradas intermitentes no sólo para observar las aves sino para admirar el desolado paisaje. En ellas fueron saliendo algunas especies típicas de estos ambientes, como el cuitlacoche de California (Toxostoma redivivum), el correcaminos (Geococcyx californianus) y el chiero de lunar (Artemisiospiza belli). En un pequeño pinar aislado en medio del secarral apareció una hembra de carpodaco morado (Haemorhous purpureus), acompañada de un sabanero arlequín (Chondestes grammacus).

Transcurrida la mitad del itinerario giramos a la izquierda para coger un camino que bajaba por la ladera, encarando nuestro trayecto hacia el norte con la intención de desembocar de nuevo en la carretera 166, bastantes kilómetros más allá de donde la dejamos, en el punto 35.034512, -119.876944.

Pero para llegar ahí aún nos quedaba mucho camino. En el primer tramo la bajada era escarpada y estrecha y quiso Murphy que fuera en este paraje donde nos cruzáramos con casi los únicos vehículos con los que coincidimos durante todo el trayecto. Resulta, de cualquier modo, muy llamativo el contraste entre la altísima densidad de población de la costa del estado, que hace que el tráfico sea insufrible especialmente en las horas puntas, y la casi total despoblación de las zonas semiáridas y montañosas del interior.

En divergencia también con la aridez reinante en las alturas, el fondo de valle al que llegamos después de unos kilómetros estaba poblado por un bosque fluvial bastante frondoso. Ahí vimos algunos pájaros forestales, entre las que destacó una pareja de pico de Nuttall (Picoides nuttalli). Más adelante, abriéndose de nuevo el paisaje en una formación que podríamos denominar como campiña seca, la estrella fue el pinero rayado (Spinus pinus), especie que se agrupaba en pequeños bandos en la zona.

Algo antes de alcanzar de nuevo la carretera 166, el camino que seguíamos, hasta ahora miserable, se convirtió en ancho y asfaltado, y el hábitat volvió a devenir en dehesa abierta de uso ganadero. A esa altura, el lugar donde un arroyo cruzaba el camino venía señalado en el libro de Shram como el indicado para observar las urracas de Nuttall (Pica nuttallii), las famosas del pico amarillo, el único pájaro realmente endémico del estado de California. Ahí paramos e iniciamos un reconocimiento fugaz penetrando por el lecho del arroyo, que se hallaba en esta época seco. Durante un buen rato las urracas no aparecieron e incluso llegamos a dudar de la veracidad de la cita. Pero justo mientras nos estábamos dando por vencidos creímos escuchar un reclamo lejano similar al de nuestras urracas europeas, y poco después pareció volar entre las ramas un ave blanquinegra escondidiza y recatada. Hasta allí nos dirigimos e iniciamos una meticulosa prospección del ramaje de los árboles que al fin dio su fruto cuando un pequeño grupo de urracas se expuso breve pero claramente ante nuestros ojos. Lejos de mostrar el carácter plácido de nuestras maricas, estas piquigualdas nos parecieron sumamente tímidas, y no fue hasta el último momento cuando, tras perseguirlas de árbol en árbol varias decenas de metros, conseguimos fotografiar a una de cuerpo entero.

 

Fondo de valle, con abundante vegetación. Sabanero rascador y rascador de California. Urraca de Nuttall.

 

Cumplido el objetivo de las urracas y como aún quedaba bastante tarde por delante, decidimos dedicar un último esfuerzo al gran ausente del día, el ave legendaria que daba nombre a la comarca, algún día abundante, después casi extinto y hoy dependiente en exclusiva de un costoso programa de reintroducción: el cóndor de California. Disponíamos de una coordenada relativamente próxima que obtuvimos a través de internet, en donde últimamente se habían citado varias aves de esta especie (34.9041533, -120.090973), y hasta allí nos dirigimos, destinando la última parte de la tarde a mirar al cielo con la esperanza de que al menos una de ellas se dignara a mostrarse ante nosotros. Desgraciadamente no fue así, al menos no en esta ocasión...

Ya anochecido llegamos a la población de Santa María, donde nos hospedamos en el Motel Town & County Inn (34.91929, -120.43558).

 

24 noviembre:

Inauguramos la jornada con un madrugador paseo por un parque urbano de Santa María, llamado Waller Park (34.902660, -120.436277). El objetivo era localizar el zorzal de pecho cinchado (Ixoreus naevius), de cuya presencia en la zona sabíamos por una conocida página de internet (e-bird).  Objetivo que resultó cómodo de conseguir, ya que al aproximarnos al lugar concreto del parque donde teníamos la referencia, localizamos un ejemplar en un árbol al que nos pudimos acercar e incluso fotografiar con relativa facilidad.

Después nos desplazamos hasta el Ocean Beach County Park (34.690248, -120.600420), espacio natural que engloba la desembocadura de un río y sus zonas húmedas aledañas. Aquí eran abundantes los porrones americanos (Aythya americana), y disfrutamos también de un cercano colimbo chico. Una vez en la playa comprobamos que el mar se hallaba rebosante de negrones caretos, y entre ellos nadaba un negrón especulado (Melanitta deglandi), uno de los dos únicos que observamos en todo el viaje. También descubrimos a un quieto y magistralmente camuflado en la arena chorlitejo níveo (Charadrius nivosus).

Continuando por la Cabrillo Highway llegamos a la ciudad de Goleta, donde visitamos en primer lugar otra zona húmeda llamada Devereux Slough (34.408720, -119.877455). En este lugar, además de algún cisne vulgar (Cygnus olor) de incierto origen, nos sorprendió nuestro primer ejemplar de ánsar nival (Chen caerulescens), que se hallaba solo pastando en una orilla, y también localizamos achichilique de Clark y un solitario esmerejón (Falco columbarius).

 

Zorzal de pecho cinchado en el Waller Park (Santa María).

Colimbo chico en el Ocean Beach County Park.

 

Más céntrico en Goleta se encuentra Goleta Point (34.409944, -119.8423), un cabo también llamado Campus Point por accederse a él a través del recinto de la universidad. Ya bien mediada la mañana y siendo sábado y soleado había aquí demasiada gente, lo que no impedía que un buen número de limícolas de las especies ya conocidas, se encontrara también en la playa.

Igual de atiborrado se hallaba el Goleta Beach County Park (34.417256, -119.831314), especialmente en la zona de la playa. Sin embargo, justo por detrás del aparcamiento que da acceso a esta se abría la desembocadura del río Atascadero y allí, al ser un lugar menos concurrido, se amontonaba un interesante conjunto de especies. Gaviotas de Delaware, californianas, occidentales y argénteas constituían el grueso de la congregación, pero entre ellas circulaban algunos limícolas y estérnidos. Localizamos el primer andarríos maculado (Actitis macularius), un pequeño grupo de charranes reales y, lo más sorprendente, un par de charranes elegantes (Sterna elegans) desconocedores, al parecer, de la fenología de su especie, que no debería encontrarse en una latitud tan septentrional a estas alturas del año. Volvimos a asombrarnos con la mansedumbre de las aves americanas cuando nos acercamos a escasa distancia de estos últimos sin que mostraran el mínimo incomodo y pudimos así gozar de una estupenda observación, incluso comparativa entre charrán elegante y real, especies ambas que cuando se ven juntas no parecen tan similares.

 

Vista comparativa entre los charranes real y elegante. Desembocadura del río Atascadero (Goleta).

 

Después de comer llegamos a la ciudad de Santa Bárbara. Un primer intento para ver aves en esta localidad nos llevó a la desembocadura de otro arroyo en la playa,  el Mission Creek Outfall (34.4141, -119.6867), pero resultó fallido porque “la mitad de la población de California” estaba paseando por allí y apenas había  espacio físico ni para un solo pájaro. La segunda tentativa, en el Andrew Clark Bird Refuge (34.421946, -119.657682), un parque urbano con un gran lago central, fue más fructífera y, aunque no vimos nada especial, sí que estuvimos entretenidos un buen rato con aves relativamente comunes como el zanate mexicano (Quiscalus mexicanus), el colibrí de Ana (Calypte anna),  el mito sastrecillo (Psaltriparus minimus) e incluso algún martinete al final de la tarde.

 

Playa de Goleta. Muelle en el puerto de Goleta. .Ciudad de Santa Bárbara.

 

Mientras el sol se ocultaba emprendimos nuestra ruta hacia el sur. Nos esperaba una ardua tarea: atravesar Los Ángeles la noche de un sábado vacacional para llegar a dormir a la ciudad fronteriza de San Diego, en el extremo suroeste de los Estados Unidos. Viaje que resultó aburrido, penoso y a ratos desesperante, debido al monumental atasco que tuvimos que soportar durante casi todo el camino.

Avanzada la noche llegamos a San Diego, y nos hospedamos en el Rodeway Inn (32.801319, -117.214240), buen hotel de carretera, si bien no de los más baratos.

 

25 noviembre:

Comenzamos la visita a San Diego por uno de sus lugares más emblemáticos, el barrio de la Jolla. Es esta una zona residencial y comercial situada en un gran promontorio pétreo que se adentra hacia el mar. Su extremo norte resulta especialmente favorable para contemplar la migración postnupcial de las aves marinas, ya que al venir estas por la costa de norte a sur se encuentran de improviso con el cabo que, de alguna manera, les corta su trayectoria y les obliga a pasar muy cerca de la costa. Un bonito paseo, salpicado con múltiples garitas orientadas al océano, facilita el recorrido y también la observación de los leones marinos, que constituyen una de las principales atracciones de la zona.

Cuando al llegar a La Jolla recién amanecido miramos hacia el mar por primera vez, fuimos presa de gran asombro al comprobar la ingente cantidad de aves  que pasaban continuamente frente al cabo, todas en la misma dirección y a parecida distancia. Los colimbos del Pacífico, especie de la que hasta ahora solo habíamos visto un ejemplar solitario, se contaban aquí no a cientos sino a miles, agrupados en formaciones de tamaño variable, pero a menudo de decenas de individuos. Por curiosidad estimamos la cuantía del paso y salió un número aproximado de entre dos y tres mil aves por hora. Posteriormente averiguaríamos, gracias a un ornitólogo local con el que conversamos, que en realidad el día era más bien flojo, y que otros días transitaban aún en mayor cantidad. Lo mismo ocurría con los negrones caretos, que desfilaban formando trenes interminables y numerosísimos, entremezclándose sus bandos con los de colimbos y constituyendo entre todos un espectáculo formidable. Además, si forzábamos los aumentos del telescopio, llegábamos a divisar las menos comunes pardelas culinegras (Puffinus opisthomelas) que, también en buen número,  volaban de manera más irregular y adireccional, indicio claro de que  ya no se encontraban en migración activa.

 

Colimbos del Pacífico y negrones caretos, migrando frente a La Jolla.

 

Después de un par de horas en La Jolla, acudimos a una zona húmeda, también integrada en la ciudad, llamada Famosa Slough (32.750134, -117.229612).  Además de las anátidas, limícolas y ardeidas habituales, lo más destacable aquí fue un macho joven de quitrique colorado (Piranga rubra), que ni por distribución ni por fenología debería encontrarse en esta zona, así como un fugaz y lejano ejemplar de tirano gritón (Tyrannus vociferans), que se dejó ver solo un instante.

Siguiendo nuestra ruta urbana nos desplazamos hasta otro promontorio que conforma uno de los pilares de entrada del puerto de San Diego, llamado Point Lomas. Lugar de altos acantilados y gran belleza, este paraje alberga dos puntos de interés turístico muy concurridos: el monumento a Cabrillo y el faro viejo de Point Lomas (32.674097, -117.240357). De uno a otro paseamos tranquilamente observando aves terrestres y marinas. Entre las primeras destacaron un ampelis americano (Bombycilla cedrorum) y varias cameas. Entre las segundas, vimos abundantes colimbos del Pacífico, esta vez posados en el mar, acompañados de achichiliques comunes, negrones caretos, zampullines cuellinegros (Podiceps nigricollis) y cormoranes de las tres especies (Phalacrocorax auritus, Ph. penicillatus y Ph. pelagicus).

También tuvimos tiempo de visitar el monumento a Cabrillo, curiosa estatua regalada al Estado de California por la República Portuguesa, que recuerda y enaltece al general que exploró por vez primera la costa californiana. Resulta como mínimo chocante, y según como se mire, ofensivo, que el acento de las explicaciones escritas en torno al monumento recaiga en resaltar de forma grandilocuente el origen portugués del marino, pero olviden totalmente mencionar el pequeño detalle de que tanto las naves como los hombres que comandaba eran españoles, y que fue la Corona de España la que sufragó la expedición. Usando un símil futbolístico, es como si nuestros vecinos de Portugal quisieran atribuirse ahora los méritos deportivos del Real Madrid alegando el origen lusitano de su entrenador... De cualquier manera, poco sorprende que se acepten estos superficiales razonamientos en una sociedad de tan escaso rigor histórico-geográfico como la americana, en la que muchos de sus habitantes no saben ni situar a España en el Mapa Mundi, asunto que resulta especialmente grave cuando dicha ignorancia procede de un habitante de California, si se tiene en cuenta los peculiares antecedentes históricos y culturales de este estado.

Pero volviendo a los pájaros, que es lo nuestro, tras el sosegado paseo por Point Loma decidimos volver a La Jolla por dos razones. La primera era comer relajadamente en alguno de los restaurantes que habíamos visto antes; la segunda, buscar el escaso playero de Alaska (Tringa incana), de cuya presencia en la zona teníamos referencias recientes. El primer objetivo culminó con gran éxito; el segundo no, o al menos no de momento...

El resto de la tarde transcurrió entre Shelter Island (32.717977, -117.223263), un área portuaria que no resultó muy rentable ornitológicamente, y el Ocean Beach Park (32.75575, -117.238339), un lodazal con ciclos mareales en el que se amontonaban gran cantidad de limícolas (sobre todo archibebes patigualdos grandes, playeros aliblancos, chorlitos grises, agujas canelas, zarapitos y correlimos de varias especies) y también algunas ardeidas interesantes, como la garceta azul (Egretta caerulea), que al parecer tiene en esta zona una pequeña población aislada, alejada de su grueso poblacional en el continente.

Ya de anochecida nos retiramos a descansar al mismo hotel que el día anterior (Rodeway Inn).

 

Quitrique colorado en Famosa Slough. Ampelis americano en Point Lomas. Archibebe patigualdo grande en el Ocean Beach Park.

 

 

26 noviembre:

El segundo día en el área de San Diego empezó con una madrugadora visita al llamado Mission Trails Regional Park (centro de visitantes en 32.8196, -117.0561). Este parque, constituido principalmente por matorral mediterráneo, está situado al este, en las afueras de la ciudad. Aquí caminamos por el Oak Grove Loop, el itinerario al que se accede desde el centro de visitantes, donde vimos zorzal de cola rojiza (Cattarus guttatus), carpintero escapulario (Colaptes auratus), chochín criollo (Troglodytes aedon), rascador maculoso (Pipilo maculatus) y dominiquito canario (Spinus tristis), entre otros.  Después, una vez abierta la valla que impide el paso hasta las 8 am, seguimos hacia el norte por la carretera que bordea el parque y estacionamos en el aparcamiento que da acceso al dique viejo de la Misión (Old Mission Dam Historical Site). Esta es, al parecer, la primera obra hidrológica que se construyó en California, cuyos restos sirven aún para contener el agua del riachuelo formando un pequeño embalse de gran belleza. En este embalse y su entorno inmediato vimos gallinetas comunes (Gallinula chloropus), ánades frisos, silbones americanos, trepador pechiblanco y chipe deslustrado (Oreothlypis celata).

Finalizada la excursión por Mission Trails nos dirigimos al hotel para desayunar tardíamente y, a continuación pusimos rumbo a La Jolla por tercera vez, con la intención de volver a buscar el playero inca. En esta ocasión nos encontramos con un ornitólogo local que contaba aves marinas desde una de las garitas del paseo y le preguntamos directamente por esta especie. El hombre, amabilísimo, no sólo nos indicó el lugar, sino que vino con nosotros para mostrárnoslo. Al final el ave que tanto habíamos buscado estaba en unas rocas hacia la izquierda (oeste) del paseo y lo vimos estupendamente y con gran satisfacción desde un pequeño dique que protege la costa en esa zona. Poco después, mientras regresábamos al coche, un urbanita gavilán de Cooper (Accipiter cooperii) se posó sobre una farola, permitiendo que nos aproximáramos hasta situarnos justo debajo de él.

 

Playero inca, a la izquierda, junto a foca de puerto, en La Jolla.

 

Proseguimos nuestra ruta hacia el sur con el fin de explorar dos enclaves ya fronterizos con Méjico, la Tijuana Slough NWR (32.574869, -117.125818) y el Border Field State Park (32.543503, -117.123324). El primero era una marisma con muy buena pinta para rálidos y limícolas, pero cuando llegamos, con marea baja, se encontraba casi totalmente seca, por lo que las observaciones fueron escasas, aunque fue aquí donde vimos el primer colibrí de Costa (Calypte costae). El segundo estaba cerrado, ya que sólo abría los fines de semana, pero aún así pudimos explorar su contorno arbustivo esclerófilo, donde conseguimos atraer a alguna perlita californiana (Polioptila californica), y también algunas áreas agrícolas vecinas ricas en aves granívoras como turpiales sargentos (Agelaius phoeniceus), córvidos, zenaidas huilotas (Zenaida macroura), estorninos pintos (Sturnus vulgaris), sabaneros zanjeros (Passerculus sandwichensis), aguiluchos pálidos (Circus cyaneus) e incluso una tórtola doméstica (Streptopelia risoria) de la población asilvestrada. En ambas zonas el entorno era agradable, pero la visita se hacía incómoda por el ruido continuo producido por los abundantes helicópteros que patrullaban la frontera mejicana.

Durante la última hora de la tarde, ya de camino hacia el desierto de Anza-Borrego (nuestro siguiente destino), bordeamos por el norte el lago Otay Bajo, aún cercano a San Diego, con la esperanza de avistar algún rálido. A tal efecto encontramos varios puntos adecuados en las orillas, el mejor de los cuales correspondía a la coordenada 32.64717, -116.93098, pero el saldo final fue negativo respecto a esta familia de aves ya que sólo vimos algunas gallinetas, un martinete y un grupo de zampullines cuellirrojos (Podiceps auritus), además de las aves acuáticas comunes.

Llegamos al pueblo de Borrego Springs, situado en el corazón del desierto de Anza-Borrego, unas dos horas después, alojándonos esa noche en el hotel Oasis Inn (33.256577, -116.391714).

 

Diferentes zonas del lago Otay Bajo.

 

 

27 noviembre:

Al salir del dormitorio con los primeros rayos de luz comprobamos que nos rodeaba un paisaje totalmente diferente. Ante nosotros se extendía una yerma, desolada y casi infinita llanura pedregosa, solo quebrada por algunas montañas igual de áridas a lo lejos. Era el inhóspito pero hermoso desierto californiano,  que todo hacía presagiar que íbamos a visitar en su plenitud, iluminados por un también inhóspito sol de justicia.

Poco después de amanecer ya estábamos frente al centro de recepción de visitantes (32.25731, -116.406074). Simplemente nos pusimos a caminar por la planicie que lo rodeaba persiguiendo las siluetas puntiformes de las aves que divisábamos a lo lejos.  La primera fue la de un alcaudón americano (Lanius ludovicianus) que acechaba desde un arbusto a sus presas y se dejó acercar hasta casi tocarlo. Después identificamos una ratona de las rocas (Salpinctes obsoletus), que buscaba alimento en el suelo y las pequeñas matas de una forma mucho más frenética. Mientras la perseguíamos apareció un mosquero llanero (Sayornis saya) casi al mismo tiempo que un coyote atravesaba la explanada en trayectoria irregular camuflándose entre los matojos. Pero de cualquier manera estaba claro que no era el lugar con la mayor densidad de aves que hubiéramos visto.

Sin embargo todo cambió radicalmente a las ocho en punto. En el pequeño sendero anejo al centro que sirve de introducción a los visitantes del parque, de repente empezaron a verse pájaros. Todos al mismo tiempo. En menos de diez minutos, zenaida aliblanca (Zenaida asiatica), colibrí de Costa, ratona tepetatero (Thryomanes bewickii), perlita colinegra (Polioptila melanura), chiero de garganta negra (Amphispiza bilineata), pájaro moscón baloncito (Auriparus flaviceps),  carpodaco común... Tan magnífica eclosión, que en principio nos dejó deconcertados, descubrimos enseguida que se debía a una causa muy simple: la puesta en marcha del riego artificial destinado a sustentar las plantas del camino. Este riego, aunque de poca intensidad por ser las plantas autóctonas y adaptadas al clima, era suficiente para formar pequeños charcos en el suelo a los que las aves acudían a beber a esta hora como si de un oasis se tratara. Eso sí, un oasis con horario de entrada y de salida...

Tras un intensivo esfuerzo fotográfico, también nosotros abandonamos el lugar poco después del cierre de la irrigación. La hora no era muy tardía, pero el sol calentaba cada vez más y sospechábamos que el tiempo de actividad de las aves en este hábitat era muy breve, ajustándose al primer período de la mañana. Fuimos primero al Borrego Palm Canyon, en cuyo aparcamiento (33.268618, -116.405843) dejamos el coche para caminar dos o tres kilómetros del sendero que lo recorre. Aquí nuevamente la densidad de aves se normalizó a la baja. Vimos, no obstante,  de nuevo ratona de las rocas, chiero de garganta negra, pájaro moscón baloncito, y también varios ejemplares de borrego del desierto (Ovis canadensis nelsoni) una subespecie endémica de cabra de color blanco que se movía por las alturas.

Zenaida asiática. Chiero de garganta negra. Borregos del desierto.

Cuando regresamos al coche, a media mañana, ya el sol calentaba excesivamente. Aún así, decidimos transitar unos kilómetros por el camino a los Lower Willows (33.325257, -116.367617), aunque solo fuera por justificar la tracción a las cuatro ruedas del auto. De este trayecto quizá lo más destacado fue la observación de una pareja de picos mejicanos (Picoides scalaris) que se afanaban en alimentarse de tronco seco en tronco seco en una zona algo más vegetada.

El calor era ya infrahumano cuando llegamos a los lugares indicados en el libro de Schram para los cuitlacoches crisal y pálido (33.228013, -116.330345 para el primero y 33.257476, -116.295412, o bien 33.300706, -116.387232, para el segundo). Estas aves son activas solo a primerísima hora de la mañana y es en la época de celo, en la que no estábamos, cuando más probabilidades hay de localizarlas. Lógicamente no las vimos.

Algo más tarde tuvimos más éxito en el llamado Club Circle (33.240631, -116.356760) , ya que conseguimos localizar y fotografiar a un nutrido grupo de colines de Gambel (Callipepla gambelii).

A todo esto ya la tarde se encontraba avanzada y decidimos dirigirnos al llamado Yaqui Well (pozo de Yaqui), -33.136694, -116.379113-, zona más arbustiva que cuenta con algunos caminos agradables de recorrer a pie. Aquí pasamos el resto de la tarde. De las aves que vimos (no muchas) la más destacable fue sin duda el papamoscas sedoso (Phainopepla nitens), que es pájaro espectacular de plumaje negro brillante y larga cresta del que disfrutamos con agrado.

Regresamos al coche alumbrados por la luz del sol y de la luna y de aquí partimos hacia la población de Brawley, a donde llegamos una hora después, alojándonos en el Desert Motel (32.97812, -115.54878), habitación con tres camas por 65 $.

 

Un pequeño arroyo cruza el desierto de Anza-Borrego. Zona con vegetación muerta en el desierto. Luna llena asoma tras la puesta de sol en el Yaqui Well.

 

 

28 noviembre:

De antemano ya estábamos al corriente de que recorrer el área del Salton Sea en solo un día era empresa imposible, pero los avatares de la preparación del viaje no habían dejado más que este escaso período para explorar la zona. Tuvimos que dedicarnos a las especies prioritarias, aún a sabiendas  de que algunas otras tendrían que ser sacrificadas, o relegadas a la azarosa coincidencia de encontrarse por casualidad. En pos del pragmatismo más utilitario decidimos centrarnos en el sur y este del área.

El Salton Sea se podría definir en términos políticos como el mayor problema ecológico del sudoeste de los Estados Unidos. Se trata de un gran lago artificial de unos 500 km2 situado al borde de una inmensa llanura agrícola que empezó a establecerse a principios del siglo XX. Se formó a raíz del desvío de agua del río Colorado para irrigar los cultivos de la comarca y de la convergencia del desagüe de los canales pecuarios de riego hacia la zona más baja del lugar. Actualmente, la contaminación de sus aguas tanto de forma natural como por pesticidas agrícolas ocasiona la muerte de miles de aves todos los años, y sin embargo, éstas siguen reuniéndose en su entorno debido a la gran densidad de nutrientes que concentra.

Antes de visitar el Salton Sea acudimos a algunos puntos estratégicos de los alrededores de Brawley, población enclavada al sur de aquel, en el centro de la gran llanura dedicada a la agricultura. Nuestra intención era buscar el punto de concentración de las grullas canadienses (Grus canadensis), que encontramos finalmente en las siguientes coordenadas: 32.920808, -115.535488.  En el proceso de prospección hallamos también unas balsas (32.912594, -115.517807) que estaban repletas de anátidas nadadoras (pato cuchara, ánade rabudo, silbón americano...) y albergaban algunos pelícanos norteamericanos (Pelecanus erythrorhynchos).

Después volvimos a Brawley para explorar un parque urbano llamado River Park (32.969030, -115.555267), en donde se citaba la presencia del carpintero de Gila (Melanerpes uropygialis), al cual vimos estupendamente posado en el tronco de una palmera, nada más llegar. En unos cercados para caballos anexos al parque vimos también un buen grupo de columbinas comunes (Columbina passerina).

 

Grullas canadienses cerca de Brawley. Balsa con anátidas, cerca de Brawley. Carpintero del Gila, River Park (Brawley).

 

Proseguimos la exploración del área agrícola al oeste del llamado Sheldon Reservoir (entre las coordenadas 32,889302, -115.629376 y 32.876758, -115.692687). En estos campos había abundantes alondras cornudas (Eremophila alpestris), sabaneros zanjeros, y turpiales sargentos, y también garcillas bueyeras (Bubulcus ibis), moritos cariblancos (Plegadis chihi) y chorlitejos culirrojos (Charadrius vociferus).

El siguiente destino quedaba ya muy cerca de la orilla del Salton Sea, justo al sur del lago. Era una laguna con torre de observación (Observation Overlook Unit One, 33.089465, -116.709596) que congregaba a miles de gansos blancos, principalmente gansos nivales, entre los que había también bastantes gansos de Ross (Chen rossii). El espectáculo era formidable cuando todos ellos se levantaban al mismo tiempo y formaban una interminable y ruidosa nube blanca que oscurecía el día, nada comparable con las proporcionalmente pingües concentraciones de nuestros gansos europeos. En los campos de alrededor abundaban los ingenios colocados por los cazadores para atraerlos y darles muerte, muñecos hinchables con forma de gansos en todas las posturas posibles que, vistos a cierta distancia y con poco cuidado, parecían auténticas bandadas de ánsares pastando sobre la hierba.

También vimos desde el observatorio varias especies de anátidas, tanto nadadoras como buceadoras, diversas ardeidas, podicipédidas, ... Cuando nos marchábamos, dos turpiales de cabeza amarilla (Xanthocephalus xanthocephalus) pasaron volando fugazmente sobre nosotros sin que nos fuera posible retratarlos. Fue esta la única especie de las registradas en todo el viaje que quedó sin documentar fotográficamente.

 

Ánsares nivales concentrados en una laguna, al pie del Salton Sea.

A primera hora de la tarde llegamos al lago Ramer (33.085449, -115.518582), que exploramos en coche utilizando los caminos que lo rodean, incluyendo el construido sobre el dique que lo atraviesa de este a oeste.  Las aves acuáticas que albergaba se dejaron observar bastante cerca. De ellas, las más sobresalientes fueron garcita verdosa (Butorides virescens), martinete común, aguilucho pálido, bisbita norteamericano... Del mismo modo recorrimos el lago Finney (33.065039, -115.501199), contiguo por el sur al primero y de avifauna parecida. Aquí destacaron un par de picos mejicanos, un grupo de moritos cariblancos, una pareja de achichilique de Clark y un adulto de achichilique común al que le seguía un pollo de la misma especie ya bien emplumado.

A continuación nos dirigimos al centro de visitantes de Sonny Bono (33.1766753, -115.614814), situado muy cerca de la orilla más occidental del Salton Sea. Nada más llegar, en un comedero instalado a la entrada nos sorprendió la presencia de un rascador desértico (Melozone aberti), que disputaba la pitanza colgada de los recipientes con gorriones comunes (Passer domesticus) y zenaidas huilotas. La comida que caía al suelo, a su vez, era consumida por columbinas comunes y colines de Gambell, ambas especies mostrando un comportamiento muy confiado con las personas.

Por detrás del centro un observatorio elevado dominaba otra laguna somera repleta de ánsares. Desde aquí quedaban bastante cerca y, con ayuda  del telescopio, se obtenían muy buenas vistas comparativas de los gansos nivales y de Ross, los cuales se hallaban entremezclados.

 

 
Cazador recogiendo los cimbeles de ánsar nival.   Campo abonado mediante helicóptero, a la vera del Salton Sea.

Muy cerca de allí había unos campos de cultivo recién arados (33.16942, -115.633614) en donde en los últimos días se habían citado bandos de chorlito llanero (Charadrius montanus), así que pasamos un rato intentando localizarlos, desgraciadamente sin éxito en esta ocasión.

El final del día nos sorprendió mientras intentábamos buscar un acceso directo a la orilla del Salton Sea más al norte, en las confluencias de las carreteras Alcott y Davis. No nos dio tiempo a encontrarlo, ya que las aguas se hallaban muy retrocedidas en esta zona.

Ya casi de noche nos dirigíamos a la ciudad de Coachella para buscar alojamiento cuando poco después de ponernos en ruta, con el último resquicio luminoso del anochecer nos pareció divisar un búho de Virginia (Bubo virginianus) posado en un poste eléctrico. Paramos el auto cuando pudimos, algo más adelante, y equipados con linternas retrocedimos caminando hasta que conseguimos dar con él. Recién había cazado una presa emplumada que no pudimos identificar, pero se mostraba muy confiado y esplendoroso posado en lo alto de la cruceta. Le sacamos unas buenas fotos.

Finalmente llegamos a Coachella y nos alojamos en el City Center Motel (33.714434, -116.206261) por 100 $ en habitación triple.

 

Búho de Virginia posado en un poste.

 

 

29 noviembre:

A primera hora visitamos la Coachella Valley Preserve (33.83803, -116.308436). Esta reserva, enclavada en las zona árida montañosa al norte de la población de Coachella, delimitaba una franja bien vegetada alrededor de un punto de agua que, a modo de oasis, actuaba en gran medida como receptor de la fauna de los alrededores. Quizá el ave más destacable del área fuera un macho de ratona de los cactus (Campylorhynchus brunneicapillus), que estuvo cantando largo tiempo desde una rama, mostrándose de cuerpo entero y a muy buena distancia.

Tras el paseo matinal por Coachella Valley nos dirigimos a la conocida Big Morongo Canyon Preserve (34.049855, -116.308436).  Este lugar, al igual que el anterior, actúa a modo de oasis, concentrando la fauna que huye de la extrema aridez de la zona circundante, y tiene fama de ser una de las zonas de Estados Unidos con mayor densidad de aves nidificantes. La verdad es que el paisaje, con las tonalidades otoñales típicas de la época, era sublime, y el paseo por los itinerarios marcados muy agradable. En la reserva y el adyacente parque de Covington vimos algunas aves interesantes, como papamoscas sedoso, junco pizarroso del grupo hyemalis (“slate-colored”), azor rojizo, carpintero escapulario, etc.

Cactus Wren, cantando en Coachella Valley Preserve. Big Morongo Canyon Preserve

Finalizada la visita a este enclave pusimos rumbo al siguiente, que era el área del lago Big Bear, una zona de montaña más alta, bastante urbanizada por ser lugar de esparcimiento de la cercana ciudad de Los Ángeles, pero con abundantes pinares y otras arboledas extendidas alrededor del gran lago central que le da nombre. Recorrimos las carreteras que lo circundan, realizando paradas de vez en cuando. La primera de ellas fue en la Baldwin Lake Ecological Reserve (34.292690, -116.818378), pequeña reserva que engloba un bosquete de juniperus, en donde vimos un ave típica de este ambiente: el clarín norteño (Myadestes townendi). A continuación nos adentramos en un área residencial (34.25922 y -116.819429) donde, en torno a un solo charco en la calle se congregaban carboneros montañeses (Poecile gambeli), carboneros sencillos (Baeolophus inornatus), azulillos de garganta azul y carpodacos comunes. Después de comer dimos un paseo por el pinar adyacente a la Grout Bay Picnic Area (34.261927, -116.946571), y aquí encontramos ni más ni menos que una pareja de pigargos americanos (Haliaaetus leucocephalus) reclamándose y haciéndose arrumacos sobre la copa de un pino, que se dejaron observar durante un buen rato e incluso alzaron el vuelo sobre nuestras cabezas.

Big Bear Lake vista general.

Paisaje a la orilla del Big Bear Lake. Pigargo americano en vuelo, en Big Bear Lake.

A media tarde, como el tiempo había empeorado bruscamente y la lluvia arreciaba, decidimos con esta excelente observación poner fin a la jornada y desplazarnos hasta nuestro siguiente punto de descanso, la población de Frazier Park, al pie del Monte Pinos, a donde llegamos ya de noche. Nos alojamos en el Koko’s Frazier Motel (34.82133, -118.94048) en dos habitaciones por 50$ cada una.

 

30 noviembre:

La borrasca que había entrado el día anterior amenazaba con estropearnos la última jornada de la primera parte del viaje. Había llovido y venteado durante la noche y el día amaneció igual de desapacible. En cuanto llegamos a la plataforma base de Mt Pinos,  situada a 2500 m. de altitud, la niebla, el frío y el viento hicieron imposible casi cualquier atisbo de pajareo y, por lo tanto, nuestra estancia en el lugar fue breve.

Sin embargo, a medida que descendíamos de regreso por la ladera parecía que el tiempo se iba estabilizando. En el McGill Campground (34.812887, -119.10318), un cámping que permanece cerrado en esta época, pudimos pasear durante un buen rato, obteniendo observaciones aceptables de los trepadores enano (Sitta pygmaea) y pechiblanco y de varios carboneros montañeses. Más adelante, en el Mil Potrero Park (34.854775, -119.190647), un corto paseo dio como resultado carpintero bellotero, pico velloso (Picoides villosus), carpintero escapulario, chara de Steller (Cyanocitta stelleri), rascador maculoso y carpodaco de Cassin (Haemorhous cassinii).

Un poco más lejos, el Valle Vista Campground (34.878283, -119.342315) era un excelente oteadero de la llanura de Maricopa, situada al norte, por caer el relieve de forma brusca en este punto. Puede que también por eso reinaba un fuerte viento que hacía difícil cualquier observación. A partir de este lugar empezamos a bajar de altitud. Algunos kilómetros más adelante habíamos descendido más de 1000 m., y el ambiente boscoso y frío de la montaña había sido sustituido de nuevo por el árido y pedregosos de las tierras bajas.

 

Bosque de coníferas en Mt Pinos. Mt. Pinos Área. Parte seca de la montaña. Llanura vista de la montaña. Área de Mt Pinos.

 

Hacia el final de la mañana entrábamos en el camino que atraviesa el Monumento Nacional de Carrizo Plain (34.963341, -119.446192) y que seguiríamos durante más de 60 km a lo largo de un área esteparia pura y prácticamente deshabitada. Como este camino sin asfaltar termina en el lago Soda, recibe el nombre de Soda Lake Road.

En estos parajes vimos muchos pájaros. Desde el inicio había gran abundancia de sabaneros zanjeros; entre ellos de vez en cuando aparecían sabaneros arlequines e incluso algún sabanero torito (Pooecetes gramineus). Un cuitlacoche de Artemisa (Oreoscoptes montanus) surgió sorpresivamente a los pocos kilómetros del comienzo (34.97907, -119.46578) y estuvimos contemplándolo largo tiempo y muy cerca, ya que él también parecía mostrar cierta curiosidad ante nuestra presencia.

Algo más allá (34.97434, -119.46024) dos rapaces juntas remontaban una térmica. Una de ellas era un vulgar busardo colirrojo (Buteo jamaicensis); la otra tenía silueta de falcónida pero estaba demasiado lejos para reconocerla.  Sin embargo, al enfocarla con los telescopios su identificación quedó inmediatamente clara: se trataba de un halcón de las praderas (Falco mexicanus). Poco a poco se fue acercando y al final obtuvimos buenas vistas y testimoniamos su observación con fotografías de calidad razonable.

En otro punto del camino, un numeroso bando de alondras cornudas despegaba y aterrizaba al unísono de manera espasmódica. Cien metros más adelante unos cuantos azulillos pálidos (Sialia currucoides) volaban de piedra en piedra, mientras un aguilucho pálido escudriñaba el terreno a baja altura buscando algún animalito despistado que echarse a la boca. Poco después era un esmerejón (Falco columbarius) el que se posaba sobre un alambre del vallado y permanecía inmóvil ante el paso de nuestro vehículo hasta el último momento, cuando ya casi podíamos tocarlo.

Finalmente llegamos al lago Soda, que estaba completamente seco, pero la fina capa de sal que mantenía en su lecho le daba, a lo lejos, aspecto de tener agua. Sobrepasado éste se extendía una llanura con matorral bajo (35.29058, -119.89478) sobre la que habían clavado, aquí y allá, estacas de más o menos un metro de altura con un travesaño en su parte superior. Pronto nos dimos cuenta de que la función de esos aperos no era otra que la de servir de posadero a los busardos herrumbrosos (Buteo regalis) que habitaban el lugar. Uno de ellos pudimos contemplarlo bastante cerca y muy detalladamente, a pesar de la incipiente lluvia que otra vez volvía a caer. Otros estaban posados más lejos y algunos más volaban bajo sobre el terreno o se peleaban en el aire, al mismo tiempo que un bando de zarapitos americanos, descolocados del hábitat húmedo al que les creíamos ligados, cruzaba el cielo en línea recta para aterrizar más lejos.

 

Carrizo Plian, paraje estepario. Carrizo Plain, zona de posaderos de busardo herrumbroso. Ver uno posado a la derecha. Busardo herrumbroso en Carrizo Plain.

Así, llegamos de nuevo a carretera asfaltada y a una extensa zona agrícola, algunos de cuyos campos se hallaban recién arados. Pasamos un rato prospectándolos en busca otra vez de los chorlitos llaneros, pero como no aparecían decidimos terminar la tarde en las inmediaciones de una granja cercana (35.386139, -120.167438). Dos observaciones destacaron en ella: un bando de ampelis americanos posado en lo alto de un árbol seco y varias urracas de Nuttall que se dejaron ver, por fin, en buenas condiciones a pesar de su carácter tímido y huidizo.

Anocheciendo iniciamos la marcha. Esta vez teníamos que pernoctar de nuevo en Half Moon Bay, cerca del aeropuerto de San Francisco, ya que al día siguiente uno de los viajeros, Javier Traín, terminaba su correría californiana y partía hacia España, mientras que un nuevo expedicionario, Antonio Ceballos, se unía al grupo para proseguir la expedición.

Llegamos a nuestro hotel de siempre, el Coastside Inn, bien entrada la noche y muy satisfechos con el resultado obtenido en la primera parte del viaje, que ahora finalizaba.

 

 

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